El olor a leche recién hervida y el sonar de los platos en
la cocina, me despiertan en conjunto con los rayos de sol entrando por la
cortina de mi habitación. Con cosquillas amistosas que pasean por mi rostro,
me invitan a saborear un nuevo día.
De un brinco me levanto de la cama, me pongo lo primero que
encuentro y salgo corriendo para colgarme del cuello de papá mientras pone
algunos leños al fuego de la cocina.
Mamá por otro lado, con una sonrisa en su rostro enmarcada
por sus enrojecidas mejillas, rebana un pan que acababa de hacer, colocando en él un generoso trozo de queso
fresco.
Los rayos de sol tocaban ansiosos la puerta llamándome a
jugar.
Mientras papá insistían en que no me apresure en comer, pues podía
atorarme con algo en la garganta.
Con el pan a medio tragar y con otro en la mano, le doy un
beso a mamá y salgo corriendo de la casa, agitando aquel bocado que aún me quedaba, para llamar la
atención de mi fiel amigo que se encontraba recostado moviendo su cola junto al
calor del fuego.
Corremos a toda velocidad; lo hacemos como si estuviéramos en una
carrera con los primeros rayos de la mañana, viendo quién llega primero a mi lugar favorito para
recibir al sol en su inigualable entrada que da inicio a un nuevo día.
Mis sentidos despiertan y se afinan uno a uno; me deleito con ello.
El aire fresco moviendo mi pelo y acariciándome la piel, hace
que mis poros se ericen y dé un pequeño escalofrío. Mis pulmones se llenan
de ese aire; de ese aire tan puro como la mirada de un bebé recién nacido.
Mis oídos abrazan las notas musicales que entona la
naturaleza a través del concierto de las aves, de mi fiel amigo jadeando, de los
insectos que ya han despertado y pasean junto a mí, de las ovejas balando y alimentándose
entre el rocío, e incluso, de la secreta canción del sol que levanta cada vez que
se asoma tras la lejana cordillera.
Es inevitable sonreír; mi alma canta con esta música
mientras mis pies discretamente danzan descalzos sobre el mojado pasto de la
mañana.
Todo es una obra de arte, todo es perfecto, incluso la
llegada silenciosa de mi padre que cubre mi espalda con una manta y con
acogedores zapatos mis pies...
(Fotografía: Patricio Salas S. Chiloé, Chile)
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